Tres poemas
I.
Este poema se escribe con la secreta lentitud de las anguilas.
Con la claridad escurridiza de los peces.
Oscila entre la inmovilidad y el vértigo.
Este poema se impone como última sombra
y penetra la ranura del silencio.
Son hondos sus pasos.
Este poema da vuelta el cuerpo herido de una mujer,
le dobla las piernas,
acaricia lilas
y como un dios pone los labios en el hueco de la ausencia.
Este poema no distingue la luna entre las piedras.
Apaga todas las lámparas.
Teje a ciegas los hilos de una trama imprevista.
Su sombra se acuesta a los pies de un faro.
Este poema es hijo de una esperanza obligada a morir.
No se impone como un vencedor.
No tantea las paredes donde ya no hay salida
ni resiste el sortilegio de las victorias.
Vientos inauditos impulsan sus vuelos.
Sus manos anchas dejan caer secretos.
Como un marino en la punta de un mástil
avista nuevos territorios.
Sus ojos permanecen límpidos
ante la turbidez de la tristeza.
Este poema se halla al otro lado del umbral.
Su oscuridad nada tiene que ver con la noche.
Su valor no viene de la ira.
Propone un descenso en espiral.
Se desgrana en voz baja.
Se inclina ante el mundo.
Carga sobre sus hombros el sin destino.
Baja corriendo las escaleras.
Salta precipicios.
Abre los brazos al peligro.
Este poema derramado
no distingue el corazón de un hombre
de su propio corazón.
II.
Una mujer cae
y otra la reemplaza.
Entran y salen de sí mismas
con los ojos abiertos.
Lanzan gritos de tigres,
se atraviesan.
Aprenden el mundo.
Lo lavan con lágrimas negras.
Una mujer deja un espacio
y otra la sucede.
Cierran la caja barnizada de los truenos,
se contemplan,
hablan de sus sueños
pero ya no saben qué es dormir.
Una mujer se sumerge
y otra la rescata.
Atrapan un cisne.
Atrapan el vuelo.
Pasan al estado fluido.
Se derraman.
III.
La palabra es más fuerte que el acero, decías.
Más fuerte que la furia
y los vendavales.
La palabra se cuelga de los brazos
de la luna, decías,
y se contrae como un alumbramiento.
La palabra es más poderosa que una púa divina.
La palabra mancha,
la palabra muerde, decías.
La palabra cría cuervos que te devorarán los ojos.
Ella puede desprenderse de un eclipse
o nacer de un abismo.
Va a matarte, decías.
La palabra vuela más alto que el viento.
Soporta el peso de dios. Va a castigarte, decías.
Tiene un ejército de chacales.
La palabra rompe, decías.
Es un peligro y una oscuridad,
no vuelvas a escribir, decías.
El mundo cabe en una sola de sus manos,
se sostiene en uno solo de sus hilos.
No creas en la palabra, decías,
No te va a salvar del abandono.
La palabra es una bestia
horrible y resplandeciente,
decías,
y yo sostenía, bajo las sábanas
mi silencio,
demasiado solo.