Revista Internacional de Poesía "Poesía de Rosario" Nº 19
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Sobre el motivo de la rosa en poesía,o el arte de contener el mundo y pasar desapercibido.



Sobre el motivo de la rosa en poesía,
o el arte de contener el mundo y pasar desapercibido
(Pretexto para una nueva lectura de “La rosa pura” de Pedro Salinas)

Por Florie Krasniqi Rittiner


 
“Las grandes cosas pueden manifestarse a través de pequeños signos”, Sigmund Freud.

La rosa ha germinado en la poesía desde tiempos inmemoriales, como motivo o referente e incluso como sujeto. Hemos leído la rosa fresca del Romancero español, el rubor de rosa en Gracilaso, la rosa asomada sobre el volcán de Bécquer, las enigmáticas rosas de Rainer María Rilke, la rosa perfecta de Goethe, “El sol, la rosa y el niño” de Antonio Machado, la rosa futura de Claudio Guillén, respuesta poética a la rosa azul de Juan Ramón Jiménez...
Por ello este ensayo se propone la revisión de uno de los momentos culminantes de la rosa transformada en símbolo poético: "La rosa pura" de Pedro Salinas, el poeta de la Generación del 27 más ingratamente ignorado.
La rosa se poetiza para representar su referente real, y también para constituirse en forma de símbolo: el poeta designa mediante la rosa concreta, abstracciones tales como la belleza, la perfección, le efemeridad, la feminidad, el amor, el secreto... Así, la rosa botánica, la rosa de etimología persa sinónima del color rojo, la rosa encarnada o pálida de jardín o de diccionario, se metamorfosea, dejando atrás el arbusto espinoso caduco, el cálice de cinco sépalos y la corola de hasta cien. La rosa, en fin, flor barroca y decimonónica por excelencia, cuya genética ha dado lugar a más de doscientas cincuenta especies, atraviesa los siglos en su forma textual.
La rosa física, una vez sellada por la palabra, adquiere la capacidad de aludir a realidades ajenas a sí misma, tanto verosímiles como fabulosas, que logran superar hasta los usos más fantasmáticos imaginados en la Edad Media, cuando se la utilizaba como protector contra los malos espíritus o como curativo para la hidropesía. En época postmoderna, la rosa alivia el estrés, la fatiga y el insomnio –lo adivinó Anacreonte, al decir que la rosa quitaba las penas- y también ofrece una panorámica vertiginosa a través de más de veinte siglos de poesía.
De este modo, la rosa se convierte en un motivo cubista, un engendro de muchos lados disparejos que bebe de todas las épocas y es remedio a todos los males. Si la rosa es utilizada como metáfora en numerosas composiciones poéticas amorosas, la tradición medicinal china utiliza la rosa salvaje para solucionar los asuntos de amor no correspondido. Este cruce de realidad y ficción permanente en el motivo de la rosa, se materializa no solamente en la vida cotidiana y su irregular espejo, la poesía, sino que cobra forma en monumentos arquitectónicos como la obra modernista de Antonio Gaudí, o llena el espacio aréreo de las composiciones de Botticelli y los personajes de Raphael, de Da Vinci, de Miguel Ángel o de la Hermandad prerrafaelita, enviando como privilegiadas embajadoras a las rosas alba y centifolia, presentes también en el Aria de la rosa de Mozart, El caballero de la Rosa de Strauss y en forma de motivo narrativo en Las bodas de Figaro.
Se necesita una cantidad de mil cuatrocientas rosas para conseguir un gramo de aceite esencial: la literatura es capaz de extraer mil cuatrocientas símbolos de un solo gramo de rosa-imagen o de rosa-concepto.
Que la rosa sea un motivo atemporal, o una metáfora gastada que se renueva constantemente como símbolo, quizá se deba al hecho de que a lo largo de los siglos ha terminado por convertirse en signo. En la teoría semiótica de Iuri Lotman, los signos son instrumentos comunicativos; comunican realidades paralelas porque proceden de una elaboración estética, intencional, realizada en el interior del sistema específico de la comunicación artística. El signo es una parte del sistema del texto y por tanto su desciframiento depende del contexto sígnico de la obra literaria concreta, como signo mayor y único; el cotejo de las isotopías, de las llaves que abren interpretaciones latentes y potenciales, favorece la resolución de enigmas insertos en el texto. En el noventa por ciento de los casos, la rosa no es solamente una imagen estética sino una isotopía, es decir, la clave que ofrece la posibilidad de una segunda lectura.
Un análisis semiótico detallado de “La rosa pura” posiblemente permita hallar varias isotopías superpuestas al sentido simbólico de la rosa. La rosa símbolo es una rosa-signo. El objeto rosa se distancia cada vez más de la rosa literaria.
La composición de Pedro Salinas “La rosa pura” pertenece al poemario Largo lamento, compuesto entre 1936 y 1939, durante la Guerra Civil española.
En el nivel de la lectura literal, la “rosa pura” es un motivo, una imagen, un elemento más de la estructura textual. Profundizando en la lectura, y tratando de establecer una relación sintomática entre las distintas referencias a “rosas puras” que contiene la composición, el motivo se convierte en símbolo. Trataremos de descifrar el significado del signo “rosa pura” más allá de la significación literal del sustantivo “rosa” acompañado del epíteto “pura” -enigmática alianza-, realizando un análisis de corte semiótico, es decir, identificando las unidades del sistema de signos del poema (y su combinatoria).
En el instante en que el símbolo “rosa” se convierte en la figura central de una obra concreta cuyo significado es ambiguo y supera el grado de simbolización canonizado, puede decirse que se actualiza en forma de signo, puesto que las normas internas del poema permiten su identificación. De esta manera, es fácilmente aislable, en el contexto poemático, la rosa como isotopía, como clave que ofrece una lectura superpuesta a la lectura literal. El lector de poesía está en constante búsqueda de significados ocultos, tratando de descubrir (en palabras de Mijaíl Bajtín) la “visión del mundo” que el texto ofrece.
Ante todo, el corsé, la disposición métrica. La longitud de los versos es irregular: comprende longitudes entre cinco y veinte versos combinados aleatoriamente sin ninguna intención métrica: la estructura se apoya más que nunca en el sentido, modulado por numerosos encabalgamientos y juegos rítmicos internos (“el paraíso antes / del bien y del mal, de la mujer y el hombre”). Se trata por lo tanto de una versificación conscientemente amétrica, de un uso deliberado del verso libre que, tras la etapa simbolista, se consolida en España con Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez y se generaliza en el contexto de la Generación del 27, en la que tradicionalmente se incluye a Salinas. Tratándose de verso libre, la rima también carece de una estructuración fónica fija, aunque existe cierto cuidado en la ordenación rimática, puesto que se observan varios casos de rima cruzada. El ritmo de la composición se sustenta en la repetición (“La rosa, la rosa pura / quiero mandarte la rosa pura”, “La que no tenga fecha, / fecha de hombre, fecha de número / fecha de mundo”) y los paralelismos sintácticos (“La que no tiene símbolo ni signo / La que no pese / La que no cante / [...] La que no tenga fecha,” en forma anafórica, o antitética “porque quiero cogerla con los dedos, / no quiero cogerla con un pensamiento”. En el nivel del subcódigo retórico, existe cierta tendencia a la paronomasia en las aliteraciones, por ejemplo “La que no tiene símbolo ni signo / la que no pese”. Se quiebra la construcción, por estética, en “La que se contente con el encuentro de su color y tus ojos, / de tu mirada, un instante”. De la misma manera, en la segunda parte (separada de la primera por un vacío tipográfico), aparece el polisíndeton que transforma el ritmo. Es entonces cuando también se atreve a romper la simetría, para recuperarla inesperada y armónicamente con ocasión de progresiones ascendentes, como la siguiente: “[...] Soy mis pétalo / mi color, mi forma, soy la rosa pura [...]”. En este mismo nivel se halla la conjunción del ideal semiótico y el del poeta: la unión expresa de forma y contenido, la significación consciente de la forma. De este modo, el poema no contiene ninguna comparación pero sí numerosas metáforas (“Yo seré una sombra / y tú serás una sombra”), como claro indicio de la existencia de (al menos) un segundo nivel de lectura. La propia “rosa pura” es un signo aunque, a nivel formal, se construye como una metáfora. De esta manera, la literalidad del poema, su primera lectura (que parte, no obstante, de un previo desciframiento, el del significado de “rosa pura” que a la luz de la tradición poética y de la obra de Salinas se muestra como símbolo de una inclinación pasional) no cuenta con ningún oxímoron, ni metonimias o paradojas que camuflen las lecturas potenciales: el poema carece de juegos retóricos que oculten otras las versiones extraídas por la subjetividad lectora.
De este modo, en una segunda lectura nos encontramos con una realidad hiperbólica asentada sobre descripciones de la rosa mezcladas con fragmentos narrativos referentes a los otros actantes. Precisamente, resulta útil tomar prestada la terminología narratológica para diseccionar este aspecto del poema. "La rosa pura" presenta un narrador de focalización omnisciente, es decir que la voz lírica no se pierde en la autoreflexión poética sino que escribe a un narratario, al destinatario de una carta, presencia velada aunque patente en versos como “quiero mandarte la rosa pura”, “la que no te pida que te la pongas en el pecho”, “la que se contente con el encuentro de tu color y tus ojos”, “de tu mirada, un instante”, “Con el contacto de tu materia y su vida: tu mano, un instante”, “sin rosas, si tú no quieres”, “y si la cojo así y así te llega”, “y tú serás otra sombra”. Poco a poco, y en la relación establecida entre destinador y destinatario, la “rosa pura” cobra entonces el valor funcional de “objeto maravilloso” entregado por un adyuvante (la voz lírica) a un obtentor (el narratario), siguiendo la terminología de Vladimir Propp. El código temporal se encuentra anclado en una anacronía lógica, puesto que se trata de una declaración de intenciones con respecto a un futuro cercano (“Me lavaré las manos / toda una noche entera en el agua”, “para cogerla de mañana antes / que despierte la conciencia”). La segunda parte del poema (tras el blanco tipográfico) es más narrativa, y completa mediante la acción la pausa contemplativa de la primera parte. Apoyado el código temporal en una forma de tiempo psicológico, el código temático de esta posible segunda lectura, es una visión del mundo basada en la idea de “amor” occidental de raigambre petrarquista y en constante evolución formal. La composición se convierte, al hilo de sus pasajes narrativos, en la clepsidra rota que enmarca la existencia de dos amantes separados que sobreviven a base de cartas, ensoñaciones y promesas. "La rosa pura" es el hábitat mítico-poético que el poeta construye para convivir con otra subjetividad en el interior ideal e impermeable de su poesía: un lugar donde contenerse y contener el mundo, o los únicos elementos de ese mundo que son dignos de la atención del poeta. En ese lugar textual donde los amantes han sido reunidos y se protegen del exterior, el lenguaje se reconstruye sobre nuevas asociaciones, tácitas re-interpretaciones de la realidad, donde las rosas puras son elementos naturales de una existencia paralela. El poeta construye un mundo accesorio donde refugiarse y, para diferenciarlo de los otros mundos materiales, edifica un nuevo lenguaje, sabedor de que las palabras condicionan una realidad más de lo que la realidad puede condicionar las palabras.
A pesar de la convicción con la que el poeta construye una realidad propia a través de la mera enunciación de una serie de versos que tiene a bien titular "La rosa pura", podemos discernir una tercera lectura que se superpone al juego de los amantes poetizados e inmersos en la relación social más especular. En este punto, el lector comienza a intuir realidades textuales complementarias y a sustituir el término “rosa pura” por otros signos temáticos: el poema, mediante la clave “rosa pura”, se está refiriendo a sí mismo, distanciándose cada vez más de la realidad referencial: enraizado a la realidad, pero intencionadamente diferente a ella, el poema se transforma en un espacio metapoético con un lenguaje diferente, donde puede hablarse de "rosas-puras" como de una rosa literal. Aquí, en el mundo posible de esta composición de Pedro Salinas, la “rosa” es “pura” porque representa lo inefable, y lo único verdaderamente inefable para la escritura poética viene a ser la propia poesía. Si la poesía puede, por medio de numerosos recursos retóricos y de la asociación de diversos referentes, expresar en cierta manera lo inefable (se trata, después de todo, de una de sus funciones, hay cierto consenso al respecto), si la poesía es capaz de representar lo que le rodea, su existencia se complica de siglo en siglo hasta tal punto que ella misma, al haber sabido nombrar y describir todos los objetos terrenales y sus circunstancias, se vuelve inefable: “La rosa pura”, símbolo de la poesía, es una poética del mundo y también de sí misma.
“La rosa pura” como poema-signo, se acerca a la intención de Juan Ramón Jiménez de fabricar lo imposible, como una rosa azul, y es hermana de los enigmáticos versos de Rilke (“Ámbito de las rosas, que nace de las rosas, / en secreto criado, dado en abiertas rosas, /grande como el espacio del corazón; para que / podamos aún sentir espacios de las rosas”.) que parecen alejarse, al final de la composición, de la sencilla literalidad del comienzo mediante una hipersemantización del término ‘rosa’. De hecho, los poetas de la Generación del 27 estimulan esta interpretación con sus constantes referencias a lo que denominan “poesía pura”. En este ámbito, Salinas, en su primera época, escogió como guía a Juan Ramón Jiménez -escritor de rosas azules-, y fue Claudio Guillén -compositor de rosas futuras- quien llevó la “poesía pura” a su máxima expresión.
Formalmente, el poema “La rosa pura” encaja en el patrón de una poesía que no utiliza recursos retóricos vanamente y cuyas pretensiones estéticas son expuestas con franqueza. "La rosa pura" es manifiesto de la "poesía pura", en un vertiginoso efecto retroalimentativo. De hecho, si releemos el poema sustituyendo el signo temático ‘amor’ por el signo temático ‘poesía’, se ajusta a los verbos utilizados a lo largo de la composición, tanto o más que el signo ‘amor’. La poesía es, si leemos el poema en esta clave, aquello que va más allá de la propia palabra mediante la palabra (“la que no tiene símbolo ni signo”), que va más allá del signo y lo hace a través del signo, y del símbolo. La poesía es todo lo que acoge la memoria liberando al hombre de su peso, adquiriendo función catártica (“La que no pese / porque recuerda un recuerdo”), lo que representa mundos posibles (“La que no tenga fecha, / fecha de hombre, fecha de número, / fecha de mundo: / la que sea su nacimiento puro”), que renace con la lectura, se recrea con la interpretación (“La que se contente con el encuentro de su color y tus ojos, / de tu mirada, un instante”), que completa la realidad aunque permanezca indiferente (“La que te deje vivir / sin rosas, si tú no quieres / tener la rosa en tu vida”), que se convierte en “poesía pura” (“porque quiero cogerla con los dedos / no quiero cogerla con el pensamiento”), que trasciende de la individualidad creadora porque, en términos lotmanianos, la literatura es comunicación (“Y si la cojo así y así te llega, / mis pies recordarán haber pisado / el paraíso antes”). Permite recuperar o reconstruir las categorías empíricas, racionales, estéticas y morales (“[...] antes / del bien y del mal, de la mujer y el hombre”) y representa la semiosis superpuesta a la semiosfera (“sin otra realidad que la que crea / el ofrecernos una rosa pura”). En la poesía, la individualidad subjetiva se compone de una mezcla de personalidad poética y racionalidad aprendida (“Me lavaré las manos / toda una noche entera en el agua / lenta y lustral de los ríos del sueño, / para cogerla antes / de que despierte la conciencia”).
La “poesía pura” es la pretensión de referir la realidad mediante aquello que solo es poesía y, siguiendo esta lógica, el signo “rosa pura” es solamente poesía: su forma se construye mediante el motivo de la rosa, también su estructura, y finalmente su sentido, su mismo ser, el impulso que la materializa, la poesía y la poética. La poesía es poesía pura porque habla de sí misma en forma poética, como enfrentada a un espejo, igual que los amantes de la segunda isotopía o lectura potencial. “La rosa pura” es una poética que establece en treinta y siete versos la relación de todas las fases del proceso comunicativo literario, así como la descripción abstracta de su substancia. Es el diálogo del poeta con su propia conciencia, de la poesía con su propia voz. De este modo el motivo de la rosa se conforma como un símbolo plurisignificativo, plurivalente, capaz de contener mundos posibles y realidades paralelas y, sin embargo, lo hace con la sutileza con la que muere, temprana, la flor botánica que encontramos en nuestras rosaledas.
Por supuesto, el contexto en que fue escrita la composición nos tienta a entrever una cuarta lectura situada sobre el eje de la Guerra Civil española, aunque la obra poética que contiene esta composición sea claramente de tipo biográfico-sentimental. El texto fue escrito en el exilio, razón de más para intuir un trasfondo histórico y contextual inherente, para ver "la rosa pura” como símbolo de lo natural, de aquello que conserva la inocencia de tiempos pacíficos e ideales: la rosa pura como antítesis del hombre desnaturalizado por la guerra.
Más de cien años antes de que Pedro Salinas escribiera “La rosa pura”, Samuel Taylor Coleridge compuso en un contexto ajeno a la literatura amorosa, y utilizando palabras afines al poema de Salinas: “If a man could pass through Paradise in a dream, and have a flower presented to him as a pledge that his soul had really been there, and if he found that flower in his hand when he awake, what then?”. Las complejas espirales intertextuales de la Literatura producen esta clase de fenómenos intertextuales. La flor de Coleridge pudo haber sido una rosa. Una rosa pura.


Florie Krasniqi Rittiner
Nace en Suiza en 1982. Licenciada en dos Filologías y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, ha publicado en obras colectivas y colaborado en la revista Lenguas de Fuego con artículos, relatos y una columna diaria. Actualmente escribe una tesis doctoral.
 
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