Revista Internacional de Poesía "Poesía de Rosario" Nº 19
Revista Internacional de Poesía : "Poesía de Rosario" Nº 19  
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Carina Paz

Carina Paz


 
ESA MUJER
 
En muerte tácita me nazco, en lúcida ceguera
en silencio de sangre que derrama su noche de cigarras sobre mi otro corazón
el que combato y me engaña y me fecunda con su sombra de jaspe.
Es otra latitud la que me acecha
y hace de mi simiente una extranjera entre los que amo.
 
Esa mujer de pie sobre mi ocaso, resuelta en frío y en abismo,
alza su bandera estremecida
y esboza nuestro gesto de ser una
como un ala de eterno interrogante.
Tan sólo compartimos un estambre de toda la tristeza necesaria
el vino opaco y lento del ocaso
y el tabaco.
Soy en mudo aprendizaje su lenguaje
su labriego de palabras
cuando en ella urge el contorno de la muerte
y todo se vuelve un juego despiadado.
 
Esa mujer de pie sobre mi canto,
la que se alza frente a mis leyes inmutables,
 es al mismo tiempo abrigo y látigo.
 
Y en el silencio de la noche aprendo a amarla
deshojo sus espigas de misterio
y oscilo entre la máscara que elijo
y su tempo de abandono
que inevitablemente
es mi casa.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LA OTRA DE MI
 
Que regrese por mí. Que no se marche.
Esa que prologa con su canto este sino de noche intransitable,
la que arropa esta muerte blanca cuando el alma encalla en el silencio
 y no hay resurrección para la otra de mí.
La insepulta en cieno generoso.
La mandrágora.
 
Que comprenda que soy la hechizada por este lobo en celo
que agudiza su estirpe en mi sangre.
Que nacimos del dolor
y es la sustancia que hace de mí su hembra generosa
su estuario virgen
toda la piedad inalcanzable.
 
Y aunque duele, mutila, se esparce,
ella es quien macera su vigilia de amatista en mis ocasos.
Y aunque me abarca, me corroe, me desangra
hay días en los que logro amanecerme pájaro.
 
 
 
 
Hay un ángel oscuro debajo de su lengua
un veneno dulce que lame mis palabras.
Yo aprendo mientras tanto a soldar la sangre
a fundirme en su cáliz milagroso
que despedaza el corazón en cifra inconmensurable.
Hiere. Exilia. Desgarra.
Pero no mata.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
MIENTRAS ESCRIBO
 
Yo cultivo una gardenia en la mirada.
La perfumo con esta lluvia sin voz
con esta daga de silencio que es una catedral
donde me absuelvo, me combato, me defino.
Abro un ánfora de ser en un hueco de la nada
hasta convertir en pluma el paisaje de mi piel
donde esgrimo a contraluz un nombre para el alma.
 
Llueve en mí la noche su alegato
su funeral de alas bajo un aliento silencioso de hidalguía.
Baña con su lumbre niquelada la asfixia de mis huesos.
Y hay un instante entonces en que ya no recuerdo cómo amarte
ni cómo partir el pan de la mañana
ni la hora exacta en que la muerte visitará mi tumba.
 
Entonces yo le robo una palabra a las estrellas
y otra a un niño que dejaron olvidado.
Cavo en el indulto del invierno y hago con mi ocaso una jaula para el mundo.
Allí todo se resuelve en infinito
en íntimo misterio de sombra a solas.
 
 
Sólo es preciso encontrarle un horizonte a este lenguaje
a esta piedra de áspero abandono
donde uno muere de a pedazos como un huésped del aire y la madera
con un sueño roto entre las manos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
PLEGARIA
 
Concédeme esa luz confusa que me absuelve por las noches
la noche cuando soy la solitaria que se atreve a darse muerte
la muerte que es memoria en las alturas donde helechos de miseria se entrelazan
para divulgar la soledad de lo que fue mi madriguera.
 
Concédeme una imagen de paz entre tus brazos y la herrumbre de esos clavos obsesivos.
Yo conozco el hierro y sé que es inseguro, tanto como lo es a veces la ternura.
Es que un trozo de mí no creció a la medida de la hierba.
Mantuvo la estatura del granizo en la edad de la inocencia.
Allí la cifra de abandono tenía un tono de llanura
como un álgebra de música y asombro.
La palabra libertad olía a juego de niños
y éramos atajo hacia el abismo
mientras uníamos los cuerpos como constelaciones de infancia
en testimonio tribal y primogenio.
 
Pero el aire oscureció de pronto su disciplina
y todo se volvió un combate cuerpo a cuerpo,
crímenes perfectos,
deforestación insonora de un bosque recién nacido.
 
 
Nada se ajusta a lo que fui.
Y en la noche segada por espinas medito la crueldad de su belleza.
¿Desde cuándo esta tristeza para siempre?
¿Hasta cuándo este fénix sin ley al que huyo cuando me quedo?
 
Hagamos una pausa en cualquier sitio. Esta contienda es casi un génesis impío.
Tornasolada está la gema de mis días
y el alma, cansada ya de tanto presentir,
no ha logrado izar su bandera en ningún sitio.
Cerca está el pastor de eslabones exiliados
que han erigido en mí un infierno de temblor incandescente.
 
Sola de silencio en su constancia, concédeme recomponer la sangre que algún día
signó como a una mujer entera esta cruz que se alza
de espaldas a la vida.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LA VOZ DEL POETA
                                                                                              a los que amo
Con estas manos ajadas de tanto equivocarse
de tanto horadar en hueso infértil y sangre de nadie
pido perdón.
Perdón por esta tribu inmensa de silencio
que enciende a la mujer que habito en la mañana
la que se herrumbra porque sí, bajo un ala de muerte a puro río.
 
Cómo explicarte que hay días en que soy noche, lluvia y pájaro,
que este diamante oculto en la mirada en un ángel de piedra
y yo su jaula
y por una cicatriz de sangre sin postigos huye de mí conmigo en sus espaldas.
Cómo decirte que hay días en que la tristeza es alta como un roble y noble como el agua
y no encuentro puerto ni cueva ni llanura
donde sanear su tumor de madre.
En esta vendimia de soledad mi voz es su vino rancio
un animal herido, distante, inevitable
un himno de alabanza a piel abierta
arenga en llamas.
 
 
 
 
Con esta piedra aterida en la garganta
y una migaja sin destino en el árido paisaje de lo humano
pido perdón.
Perdón por esta astilla de amor enajenada que anda de espaldas a tus ojos
en liturgia de incienso sobre el alma.
Cómo explicarte que no encuentro inocencia en los trigales
que el ocaso es espeso y arrogante
y me enamora la muerte con su canto.
 
Que busco una respuesta entre las páginas que un hombre dejó para mañana
mientras descifro mi vino de poeta
con esta boca que me escribe y me condena
al universo de un cisne encadenado.


 
Carina Paz nació en Montevideo, Uruguay, en 1960 y desde 1966 se radicó en Buenos Aires, donde reside actualmente.

Ha publicado “Agua Inmóvil” (2001, Ultimo Reino); “Noche hacia Adentro” (2004,Grupo Editor Latinoamericano); “Sueño y memoria” (2009, Editorial Vinciguerra) , y participado en numerosas Antologías.
Actualmente coordina, junto al poeta Rubén Balseiro, El Café Literario de la Sociedad Argentina de Escritores (S.A.D.E.) en Buenos Aires.
 
 

 
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