Silvio Gonzalez
Refinería II
A los viejos de mi barrio
Todos morimos en un cañaveral
al arrullo de chalas secas
y al costado del camino
Todos supimos del paso efímero
del tren de pasajeros,
nuestra carga era el cereal,
la abstracta rutina del granero
del mundo
jamás convertimos en quintales
ningún sueño
Somos el barrio
la vía y
el espíritu santo
de las fábricas vacías
Mariposas
Ya el zumbido de las ramas
deshojadas al viento
no llega
ya es otra la carrera y la caza
Cautivas en un país ebrio
bebidas crisálidas
en tragos cortos de veneno
Ya los terraplenes se extinguen
en el horizonte del barrio
y por las vías sólo pasan
bandadas de trenes fantasmas
La otra casa
Lavé todas las sombras de la casa
pero aún tu sonrisa vibraba
como el paso del tren
dormí en la habitación más alejada de la noche
desperté en la mañana más afligida y más nueva
y hallé el patio, la enredadera y el tendedero
allí
Siglomundo
Tuvieron que enterrarlas
en la casa de un tío
que vivía en Villa Constitución
treinta años después
releo el manifiesto surrealista
y sonrío azorado
(Refinería, silgomundo, Villa Constitución)
Mi tío murió
mi padre murió
mi madre murió también
decir a los hijos:
“otros llevaron libros
en sus cuerpos”
releer
cortar la farsa de la inocencia
que posa en traje de baño
a la hora del naufragio
decir: que la naturaleza del acto
es la muerte. Releer
decir: de cuantos crímenes
se compone el valor. Releer
Estas enciclopedias
están en nuestra biblioteca
del barrio Arroyito
un día
salieron a la calle,
en ellas viajó el miedo,
alguien debió temblar
por su vida
por las coordenadas infantiles de mis rodillas
luego
(por decirlo atrozmente)
las desenterraron
y llegaron a mis manos
un viejo
que también murió
fue el encuadernador
Cuando no oigan el par de sus pasos
y adviertan la ausencia
vertebrada tras las rejas del ventanal
cuando lean
cuando imaginen un legislador
cuando busquen poesía
trabajo
amor
recuerden
las esbeltas voluntades
recuerden
cuando todo regrese a ser
horizonte y luz
Desde el alma
al maestro Pugliese
en memoria de mi padre
Sentí el cimiento de esos hombres,
las suelas despertando en las tablas
duendes acompasados del nervio,
pájaros con furia de razones,
pájaros que me arrastraron
a los viejos bodegones, al sur
de las calles que se desraman
y empozadas en baldíos bailan
con las grandes orquestas del vino
Me sumé a esa tribu
que se entendía con los pies
con la camiseta, con la corbata
a décadas sufridas en cooperativas
de compañeros de la falta
de rebalsados pucheros flacos
y almuerzos de miradas
todo estaba ahí
frente a mis ojos:
cartas amorosas de agua clara,
el primer techo de obrero,
la historia de un país ribereño
acodado en el estaño del odio
la revolución sin sortija
de la calesita de Cátulo,
el último silencio
del organito embarrado
en la garganta de Homero
así,
moliéndose a palos con la vida
subía el tango al escenario
me abracé al piso
para agruparme
a ese vuelo de bautismo
caí
y en la zozobra...
sostuvo el hilo de aquel bandoneón
desde el alma, durante el alma
Supe del silencio
de un cuerpo abandonado
Los hombres gesticularon deschavados
inquilinos de sus gargantas
parados
vacilando en el cordel
jugados hasta el pescuezo
gritaron
Un flaco desgarbado y con barba
volteó su silla sobre la mesa
y aplaudió
DOS POEMAS INEDITOS
Tatuajes
Y a la antigua recorrí los precios y en un bolso de yute traje los saldos menos estropeados.
Puse la luz de la celosía sobre la mesa, tendí el mantel en un pequeño rincón y desayuné mates con galleta marina. Ni me sumí en tu foto ni calé ningún vitral.
Acunado, encendí el televisor para ver una de esas películas nacionales viejas, nuestras, donde los límites de la señal y la luz estampaban la simétrica mariposa del futuro en nuestro pecho y sonreíamos entonces ante aquellos tatuajes en blanco y negro de corazones atravesados por flechas sin veneno, madre.
Madrugado
El pie calzado sobre el cajón
y el chico que lustra el cuero entintado
con vehemencia, un brillo aullante
despunta en su ojos de “busca”
bajo la velada nota de un fuelle
En un bar
Rascando la tabla
Madrugado
Viaje al fondo del cigarro
por sobre el tiempo del trago
que no restaña nada
y el cimbrón
de un verso lunfa
que te despierta cuando cabeceás la mesa
como aceptando el sur
Silvio González nació en Rosario ciudad donde reside actualmente. Presenta el ciclo “La poesía en los bares” que lleva ya diez años ininterrumpidos de encuentros. Publicó “Barrio Refinería”, poesía, Editorial Ciudad Gótica, año 2006 e integró otras antologías. Participó del Festival Internacional de Poesía de Rosario en 2007.